Autor: Martín Varela, subdirector de la Fundación Trilema
Nuestros alumnos están terminando este histórico curso escolar. Entre porfolios de confinamiento, exámenes y evaluaciones finales, de una manera u otra, la reflexión sigue sobre la palestra. ¿Han aprendido lo que tocaba? ¿Qué es “lo que toca” en circunstancias como la vivida? ¿Debería provocar un cambio de paradigma definitivo para la escolarización obligatoria? Sobre esto hemos debatido profusamente.
Me viene a la memoria las declaraciones de José Antonio Marina en algunos medios: “No basta con la experiencia. Hay que querer aprender”.
¿Entonces qué nos mueve a aprender? Porque aprender, aprendemos todo el tiempo. Estamos hechos como especie para ello.
Os invito a hacer un pequeño experimento. Preguntad a alguien qué ha aprendido durante estos meses de estado de alerta y confinamiento. Lo ideal es pedirle que os haga un listado de 100 cosas. Aun más interesante poder hacerlo a personas de diferentes edades: un niño pequeño, un adolescente y un adulto. Al tratar de llegar a un número tan alto, y más allá de los típicos “a tener paciencia” o usar medios tecnológicos, hay muchos aprendizajes sobre uno mismo y una divertida diversidad. Desde los que han aprendido a cocinar (¡ya era hora!), a los que han hecho un curso acelerado de guitarra, o los que para llegar al reto de las 100 acaban confesando curiosas intimidades.
¿Qué resortes podemos poner en marcha los educadores para que a nuestros alumnos les resulte interesante o atractivo poner en marcha esos mecanismos internos que movilizan el aprendizaje? Desde la teoría de la Inteligencia Ejecutiva nos acercamos a ellos.
Esta misma tarde, podremos escuchar a Carmen Pellicer en nuestros webinars Trilema&EIM subrayar la importancia y conexión de las funciones ejecutivas con el aprendizaje eficaz.
Los aprendizajes de estos meses me han llevado a conectar con el primero de los 4 módulos en los que agrupamos y explicamos la unión entre las diferentes funciones ejecutivas.
Estos módulos son:
– La gestión de la energía y de la consciencia: lo que nos pone en movimiento y nos hace dirigir la atención.
– La gestión de la acción: y persistir planificadamente en ella.
– La gestión del aprendizaje y la memoria.
– La gestión del pensamiento: con la metacognición.
Hemos centrado algunas entradas de este blog en la mejora de los módulos 3 y 4. Escuchar qué y por qué aprendemos en esas “listas 100” me ha llevado a bucear de nuevo en la gestión de la energía para redescubrir pistas y conexiones de cara a lo que nos queda por delante.
Desde el modelo didáctico que desarrollamos, apoyándonos en lo que aprendemos sobre las funciones ejecutivas, no solo buceamos en qué activa el aprendizaje del alumno y sus motivaciones. Provocamos un entrenamiento consciente para ir más allá:
- Damos a conocer a los alumnos los desempeños y comportamientos óptimos que mejoran la función ejecutiva.
- Les aportamos estrategias que contribuyan a esa mejora consciente.
- Establecemos momentos explícitos para su evaluación.
- Modelamos con nuestra intervención educativa.
- Eliminamos obstáculos que impidan su desarrollo o provocamos situaciones de desafío que les exijan ponerlas en marcha y avanzar.
Porque nos la jugamos no solo consiguiendo que aprendan, sino que quieran aprender aquello que es valioso para ellos mismos y la sociedad que construimos cada día.