Autor: Martín Varela. Ya están las redes haciendo publicidad gratuita al ranking del periódico El Mundo con los supuestos 100 mejores colegios del país. No he podido evitar la conexión con el tuit contundente que nuestro amigo Lucas Gortázar ha titulado ‘A oscuras’ sobre la decisión de no hacer una evaluación externa del sistema.
No seré yo quien demande más PISA o más presión sin sentido sobre centros y docentes, pero, entonces, ¿dónde podemos encontrar algo de luz?
Precisamente sobre ello dialogábamos en nuestro podcast con Anabel Ramón, jefe de estudios del CEIP Mare Nostrum en Ceuta. Los últimos en el ranking –o los primeros, según se lea–. Últimos en PISA, primeros en fracaso escolar. ¿Por qué? Conocemos muchas cosas que se hacen bien allí. Y no sólo en su colegio público.
Los datos los conocemos y el reto es doble: qué hacemos con ellos y cómo medimos otras cosas. Por ejemplo, en palabras de Anabel, “cómo medimos el cambio en expectativas personales y vitales de estos niños y niñas al salir del colegio. Sabemos cómo han llegado y cómo ahora afrontan su vida”. El día y la noche.
Deberíamos abordar este desafío. Podemos y sabemos hacerlo. Y deberíamos ponerlo claramente sobre el tapete del discurso político y educativo. Algunas iniciativas ya han surgido y ahondado en ese tipo de indicadores que algunos llaman cualitativos. Las intuiciones de PISA for Schools son un ejemplo, pero mis favoritas son las claves del movimiento ‘Escuela Eficaz’ en Iberoamérica. Entre sus premisas clave se encuentran la equidad o el ‘valor añadido’ del contexto y así lo enuncian:
“La escuela eficaz es aquella que promueve de forma duradera el desarrollo integral de todos y cada uno de sus alumnos más allá de lo que sería previsible teniendo en cuenta su rendimiento inicial y su situación social, cultural y económica”.
Y la pregunta que inspira sus investigaciones es ¿por qué escuelas en mismas condiciones tienen resultados diferentes? Esa es la clave.
En unos momentos en los que la cultura del like o las fake news nos anulan el sentido crítico, no podemos permitir que sean otros los que, al no tener datos, nos ofrezcan los que ellos entienden oportunos. La ceguera no nos hace libres. No a ese apagón total. Luz, taquígrafo y mejora continua. Aunque ello suponga trabajo y repensar una y otra vez los ‘cómos’, hasta dar con la tecla.
Si no, otros nos impondrán su ranking sin profundizar en el tipo de sociedad a la que nos moveríamos si ellos son la única luz posible.