Autora: Vanesa Ruiz Gemes (Maestra Educación Infantil Trilema Soria)

Desde que tengo uso de razón, siempre supe que de mayor quería ser maestra. Aunque cuando era pequeña jugaba con mis primas a ser astronauta, médica, presentadora de televisión o detective, siempre acababa el día jugando a ser “seño”.

Toda la vida he sentido esta profesión como parte de mí. Pero cuando tienes una cierta edad, te surgen dudas. Entonces te paras a pensar si debes seguir hacia adelante con aquello que verdaderamente te apasiona, aunque no tenga mucha salida, o por el contrario buscar una carrera con la que, al finalizar, puedas empezar a trabajar y tener una vida cómoda. 

En mi caso, a pesar de que sabía lo que me gustaba realmente, en principio, decidí estudiar empresariales. Y es que algunas personas de mi entorno, con la mejor de sus intenciones, me aconsejaron que tendría más salida laboral y por tanto todo sería más fácil el día de mañana. Sin embargo, sólo me hizo falta hacer el primer cuatrimestre para ser consciente de la equivocación que estaba cometiendo, pues con aquella carrera no sería feliz el resto de mi vida.

Y viene aquí mi pregunta: en esta sociedad, ¿realmente se está invirtiendo en una educación que forme personas plenas e íntegras, personas capaces de decidir por ellas mismas qué es lo que quieren, personas capaces de perseguir sus sueños aunque ello conlleve un mayor esfuerzo hasta conseguirlo?

Como dice César Bona, “Educar no consiste simplemente en proporcionar conocimiento; educar va más allá. Educar conlleva hacer a las personas mejores, tanto a nivel individual como colectivo, y darles una serie de herramientas que les sirvan tanto para ahora como para el futuro”.

Estoy convencida que solo de este modo podremos formar personas capaces de afrontar sus problemas, capaces de controlar la ira, personas con una autoestima alta, asertivas, empáticas (no confundir con hiperempatía). Y, por último, personas resilientes a cualquier cambio o daño provocado en un momento determinado sacando siempre lo mejor de cada cosa que ocurre. Y si como docentes estamos trabajando para conseguir esto, estamos integrando en nuestras aulas un tipo de educación que hoy día está muy de moda pero que no todo el mundo invierte en ella y es: “La educación emocional”.

Ya, en 1995, Goleman hablaba de “escolarizar las emociones”. No podemos olvidar que nuestros alumnos pasan muchas horas al día en la escuela. Por tanto, esta se convierte en uno de los lugares más importantes e idóneos para que nuestros niños y niñas aprendan a ser emocionalmente más inteligentes, así como aprender estrategias y habilidades emocionales básicas que les proteja de los continuos factores de riesgo a los que están expuesto día a día. De hecho, esta gestión emocional supone una de las funciones ejecutivas tan importantes en nuestras escuelas.

Por su parte, el psicólogo Howard Gardner, elaboró la teoría de las «inteligencias múltiples” en la que hace hincapié en que no existe una inteligencia única si no varias: lógico-matemática, lingüística, corporal-cinestésica, musical, espacial, naturalista, intrapersonal e interpersonal. Pues bien, las dos últimas son la base de la inteligencia emocional.

La inteligencia interpersonal se puede definir como: “la capacidad de entender a los demás y de actuar de manera coherente frente a ellos” y la intrapersonal es definida como: “la capacidad de entenderse a uno mismo, conocerse (debilidades y fortalezas) y actuar en consecuencia de este autoconocimiento”.

En épocas pasadas, la educación estaba centrada exclusivamente en la capacidad lingüística y lógico-matemática, obviando el resto. De ese modo se estaba privando y limitando a aquellos individuos que tenían capacidad en otras inteligencias de poder desarrollarlas y, en consecuencia, se generaba en ellos estados emocionales negativos.

Por ello, hoy debemos recalcar a nuestros alumnos que no todos servimos para lo mismo ni tenemos las mismas capacidades, actitudes y cualidades. Y eso es lo realmente maravilloso, porque es entonces cuando surge “la diversidad”. Porque no a todos nos apasiona ser médicos, astronautas o científicos. Hay personas que tienen la habilidad de escuchar y deciden ser psicólogos, otros la habilidad de hacer reír y ser payasos, otros la habilidad de hacernos sentir con la música o la habilidad de labrar un campo y ser los mejores agricultores… y es que lo realmente importante no es la profesión que ejerces si no la pasión, el amor y la entrega que le dedicas a ello.

Así nosotros, los maestros y maestras, somos como el buen agricultor que planta sus semillas en la tierra. Pero nosotros las plantamos en el corazón de cada uno de nuestros alumnos dejando una huella tan profunda que marca la diferencia entre simplemente enseñar, o, por lo contrario, educar con amor, pasión y vocación formando así a los futuros hombres y mujeres del mañana.

Al final cada uno acaba escogiendo el camino que cree que le va a llevar a la felicidad y yo, aquel día abandoné el erróneo para escoger el adecuado. Porque como dice Mar Romera, experta en educación emocional, aunque el corazón y la razón tengan que ir de la mano, “el corazón y la emoción, SIEMPRE ganan a la razón”.