Por Anabel Valera, colaboradora de Campus Trilema.
Actualmente, oímos hablar mucho de liderazgo. Un concepto que en ocasiones puede confundirse con el hecho de ostentar un puesto de mando. Estos dos conceptos, la ‘potestas’ y la ‘auctoritas’, nacen en la Roma clásica y eran en los que descansaba el equilibrio del imperio romano.
La “potestas” era aquel poder político con capacidad para imponer decisiones mediante la fuerza o la coacción.
La “auctoritas”, por el contrario, era un poder moral, no vinculante, basado en el reconocimiento o prestigio de una persona. Es decir, estaba socialmente reconocida. La “auctoritas” eran los estudiosos, respetados por su sabiduría y justicia. Y eran estos “sapientes” del Derecho los que, por su capacidad y buena reputación, podían formar parte del Senado y emitir opiniones cualificadas.
Todo se resume en que la potestas, o sea la ley, se basa en un poder que no se cuestiona, en una posición u organigrama; se tiene y se ejerce. Por su parte, la auctoritas no la concede la ley. Se gana demostrando a los demás, a través de la experiencia, que se es digno de respeto.
Y es que liderar no solo es un privilegio, sino una enorme responsabilidad.
Ser jefe o jefa, estar en una posición de potestas, requiere de una serie de habilidades y competencias profesionales concretas. Pero, junto al excelente desempeño de estas funciones, para ser respetado y querido por el equipo es imprescindible ser buena persona, humilde y cercana. Ser líder, a diferencia de lo que muchos pueden pensar, implica ser ejemplo, tomar las riendas. El líder lo es por el ejemplo, no hay tareas que no pueda hacer: desde hacer fotocopias hasta abrir la puerta. Y es que liderar es un privilegio. Pero no solo eso, sino una enorme responsabilidad.
El o la líder ha de saber ver en su equipo a personas que tienen necesidades, que quieren ser escuchadas y tenidas en cuenta, valoradas y respetadas. Personas que necesitan sentir que pertenecen a un equipo y que se cuenta con ellas. Que su contribución es importante. Personas que, a veces, necesitan tener tiempo para dedicar a sus familias y asuntos personales.
No olvides que liderar no es estar arriba en el organigrama. Ser líder implica darle la vuelta a la pirámide e invertirla. Porque es estar debajo de todos, al servicio de tu equipo. Humildad, perseverancia y mucho amor, además de unas competencias profesionales indiscutibles. Así debe ser un líder.
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